Durante el transcurso de nuestras vidas hemos visto y escuchado, a través de diferentes medios de difusión, lo importante que es la preservación de la naturaleza; de cuidar los árboles, los suelos, el agua y los animales, pero en la primera oportunidad que tenemos, una reacción casi generalizada es la de destruir. Somos destructores por naturaleza; es como si algo en nuestro interior generara unas “instrucciones” en el ser humano que hace que por donde pase, casi todo lo destruya para lograr su mayor comodidad.
¿Realmente somos cuidadores?
Son pocas las veces en las que pensamos en cuidar, en apreciar lo que la naturaleza nos ofrece para nuestro disfrute durante el tiempo en el que se desarrolla nuestro ciclo vital; sobre todo, en la etapa de la vida donde desarrollamos nuestra curiosidad a su máxima expresión, esa etapa donde exploramos todo sin tomar en cuenta las consecuencias. Queremos saber qué hay en el interior de las plantas, de los animales, debajo del suelo, en el agua, y nos convertimos inconscientemente en destructores solo para saciar la curiosidad.
¿Cuándo comenzamos a respetar la naturaleza?
Hay otra etapa en la que gracias a nuestras actividades estudiantiles o laborales comenzamos a respetar la naturaleza; no por el hecho de que lo queramos hacer, sino porque nos mantenemos ocupados en otras actividades, a menos que se trate de un trabajo que tenga que ver con alguno de los elementos que forman parte de la naturaleza.
¿Qué hacemos cuando llegamos a la adultez?
Por último llegamos a la etapa de la adultez mayor, donde nos convertimos en “consejeros” de quienes se encuentran en pleno desarrollo de las etapas anteriores y consideramos que estos consejos van a aminorar los efectos de las personas. El único impedimento de que nuestros consejos surtan el efecto deseado es que cada vez crece más la indiferencia, el egoísmo y la ignorancia de las personas debido al desarrollo de la tecnología, y llegamos a creer en algún momento que la acción directa y personal del ser humano no es necesaria para contribuir con la naturaleza, ya que todo lo puede hacer la tecnología.
¿Cuál es el papel de los ancianos frente a la naturaleza?
Encontramos como última fase, a las personas en la etapa de ancianidad, donde literalmente se vuelven niños otra vez y comienzan a disfrutar y descubrir sin intervenir en los asuntos propios de la naturaleza; es en esa etapa que todo le causa asombro al individuo, y comienza a disfrutar plenamente de cosas que considera como nuevas y aprende a distinguir esos pequeños detalles que la madre naturaleza les ofrece.
En resumen, nuestra relación con la madre naturaleza varía en cuanto a la forma e intensidad durante cada etapa de nuestras vidas: la niñez, la adolescencia, la adultez, la adultez mayor y la ancianidad. A mi juicio, cada una de las etapas que te acabo de describir tiene mucho que ver con lo que en psicología del desarrollo estudiamos para comprender aspectos de la mente humana durante el proceso de enseñanza-aprendizaje.
¿Qué metodología de enseñanza utiliza la naturaleza?
De lo que hemos compartido hasta ahora podemos tú y yo extraer lo que considero que es una importante conclusión: la sabia naturaleza; a medida que vamos desarrollando nuestro ciclo vital, nos va dando lecciones de qué aprender, cómo aprender, dónde aprender y cuándo debemos aprender cosas interesantes sobre ella, para poder entenderla.
Cada quien tiene el derecho de cometer sus propios errores; en teoría cada error debe afectar únicamente a quien los comete, y en grado máximo, a quienes le rodean. La naturaleza y el resto de los seres humanos no tienen la culpa de esos errores; de allí que los errores también forman parte de la relación sistémica del ecosistema humano, ya que el error de una sola persona puede afectar a millones de ellas, tal y como la historia y la realidad que estamos viviendo así nos lo indican a cada momento.
Tratemos de cometer menos errores con relación a la naturaleza, para disminuir nuestras lamentaciones.