Un tema que seguramente escandaliza a muchos docentes chapados a la antigua, es el intercambio de roles dentro del aula de clases; una práctica quizá poco usual aún en nuestros días, pero de una gran utilidad para el logro de los objetivos en algunas materias de estudio. De allí que será causal de algunas controversias motivado a la falsa creencia de lo que consideramos como la autoridad del docente dentro del aula.
A pesar de los avances de la educación, dependiendo de la cultura y las costumbres de una sociedad determinada, algunos docentes; sobre todo en sus primeros años de ejercicio, tal vez por falta de experiencia, se encuentran contaminados con el síndrome de dios durante el desarrollo de sus horas de clase. Se consideran los amos y señores, dueños absolutos de la verdad, jueces y verdugos de quienes consideran seres inferiores bajo su poder e influencia: me refiero en este caso, a sus estudiantes.
Pero…Cómo es posible que yo emita tal afirmación… La respuesta es sencilla: basta con sentarse como oyente a la clase de un docente de cualquier programa educativo, en la institución educativa de su preferencia, para percibir el terror que en algunas oportunidades experimentan los estudiantes cuando debe enfrentar a uno de estos “dioses”, a sabiendas de que en sus manos está su futuro; su éxito, el fracaso, su felicidad o su desgracia.
En contados casos encontramos casos de estudiantes aventajados que antes de asistir a una clase investigan y se preparan de una forma tal, que cuando intervienen dejan boquiabiertos a estos supuestos “dioses”, y les invitan a comprender que el conocimiento se construye, y se comparte, y que de una u otra forma, por más ilustrado que sea un docente, no está en la capacidad de abarcar la totalidad de los elementos que conforman un campo determinado del conocimiento, ya que además del docente, existen otras fuentes de información.
Estos momentos convierten al salón de clases en un verdadero campo de batalla donde se hace necesaria la sindéresis del docente para actuar con sentido y sin necedad, ya que sus mejores armas son la motivación y el interés de sus estudiantes acerca del tema tratado.
Para evitar momentos embarazosos, algunos docentes recurren erróneamente al ejercicio de lo que ellos consideran su autoridad. Para ejercer una verdadera autoridad en el aula, el profesor, maestro, facilitador o instructor debe percatarse de que esta se basa en una relación entre docente y discentes, con metas e intereses distintos, que viven dentro de un ambiente globalizado. Por una parte, una persona comprometida con la enseñanza (docente); y por la otra, usuarios de grandes avances tecnológicos e información variada y actualizada que en casos compite con la información que el docente pueda ofrecer.
Dadas estas circunstancias, una buena recomendación, para no caer en casos extremos, es que seamos nosotros mismos (profesor, maestro, facilitador o instructor), los encargados de conducir a nuestros estudiantes a medida que vayan avanzando en sus estudios, con la finalidad de evitar que estos implosionen, ya que en muchos casos no nos percatamos de la presión externa a la que están sometidos. Estos son personas iguales a nosotros, que están en la búsqueda de su crecimiento personal. No debemos convertirnos en una carga más para nuestros discentes; por el contrario, debemos abrir una ruta de escape, a través de la aprehensión del conocimiento, para lograr su crecimiento como personas que el día de mañana serán parte de nuestro reflejo.
No hay nada más gratificante que intercambiar de vez en cuando el rol de docente por el de discente. Observar, escuchar, compartir y entender a nuestros estudiantes para valorar los esfuerzos realizados en cada exposición sobre un tema relacionado con alguna materia de estudio. Este cambio de rol momentáneo nos convierte en compañeros de estudio, nos identifica más con nuestros discentes y nos hace copartícipes del conocimiento, además de convertirse en catalizador de nuestro desempeño docente; solo así podemos asegurar con certeza en el futuro que hemos dejado una positiva huella indeleble en cada uno de ellos, sea cual fuere nuestra área, el nivel, la especialidad, o el campo del conocimiento que dominamos.
Cada hora de clases compartida se convierte en una nueva oportunidad de inversión al conocimiento; de allí que cada día debemos contribuir a su construcción para un mañana mejor. Solo así podremos decir que somos hoy mejor que el ayer, y mañana mejor que el hoy.